domingo, 6 de abril de 2008

Metrópolis

Era más tarde de lo que pensaba, y no había nadie por la calle en aquel momento. Las pálidas luces de las pocas farolas que quedaban en pié sólo alumbraban unos pocos tramos del bacheado asfalto de la calle. Algunos perros famélicos dormitaban en las esquinas y levantaban la cabeza para ver quién les había despertado. La basura se amontonaba en los rincones, después de que los pocos contenedores que había se vieron rebosados hacía demasiado tiempo.

Creía que conocía el barrio donde había estado viviendo desde que tenía uso de razón. Primero con sus padres y luego sólo. Pero aquella calle no le sonaba. Sería la iluminación, o la borrachera. Quizás lo segundo. Pero nunca, por muy pasado que fuera, le había pasado aquello. Siempre reconocía las calles y podía orientarse. Una pintada en la pared, una esquina desconchada, una farola rota, y ya sabía dónde se encontraba. Pero ahora no reconocía nada.

Vió un ligero resplandor al fondo de la calle, anunciando el amanecer. Y cuando las vió, un escalofrío recorrió su espalda. Sentía como unas tenazas heladas le oprimían el corazón. No podía respirar. El recuerdo encerrado en sus genes, y olvidado durante toda la historia de la Humanidad, vino de forma violenta. Sabía dónde estaba, como cada uno de nosotros aunque no seamos conscientes de ello. Estaba en casa. De donde nunca había salido.

Allí estaban las seis torres de Metrópolis.

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