Nació. Tuvo una infancia despreocupada. Estudió y progresó. Fue brillante en sus estudios. Alcanzó la fama en su trabajo. Triunfó en la vida. Maduró. Envejeció. Murió rodeado de amigos.
Y pese a todo, fue el hombre más infeliz de la historia, por haberle sido esquiva la dicha de arder con la pasión de la mujer de su vida.
jueves, 10 de abril de 2008
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3 comentarios:
Creo que alguien le tuvo que haber mostrado que la dicha no se basa en arder con nadie, sino con uno mismo. Muchas veces las espinas clavadas son sólo espinas.
Las espinas clavadas siempre son sólo eso: espinas; pero la pasión a solas no es dichosa.
Quiza busco demasiado y dejo pasar la oportunidad, quiza la tuvo entre las manos y no supo reconocerla.
Un saludo, simplemente yo.
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